INTRODUCCIÓN. Tras la Guerra Mundial se crearon las bases de una nueva organización llamada a regular el orden internacional, la Sociedad de Naciones (SDN), inspirada en el último de los 14 puntos de Wilson y cuyo objetivo era garantizar la paz y fomentar la cooperación internacional. La sede se fijó en Ginebra y su composición estuvo integrada por varios organismos: la Asamblea General, de la que formaban parte los países miembros; el Consejo, formado por los cinco países vencedores como miembros permanentes (Estados Unidos, luego sustituido por China, Inglaterra, Francia, Italia y Japón) y otros cuatro elegidos anualmente por la Asamblea; el Secretariado, permanente que prepara los trabajos de la Sociedad, y otros organismos como el Tribunal Internacional de Justicia, con sede –hasta hoy- en La Haya, la Organización Internacional del Trabajo y el Alto Comisionado para los Refugiados. A pesar de las buenas intenciones, la SDN fue desde el principio una organización débil. Sus fundadores fueron las naciones vencedoras, los vencidos estaban excluidos y la URSS marginada. Además, Estados Unidos no formó parte de ella a pesar de los esfuerzos de Wilson, pues el Senado norteamericano rechazó la ratificación del Tratado de Versalles donde se proponía el pacto de constitución de la Sociedad. El hecho de que la primera potencia mundial no formase parte del organismo internacional, preludiaba una problemática evolución histórica. LAS RELACIONES INTERNACIONALES TRAS EL CONFLICTO. Periodo de tensiones derivadas de la aplicación de los tratados de paz y de la especial conflictividad de posguerra (1920-24). Los tratados de París y el nuevo mapa de Europa no generaron una paz estable y duradera, por el contrario quedaban por resolver el problema de las nacionalidades, derivado de la disolución del Imperio austrohungaro (Pequeña Entente, formada por Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumanía, con Francia, para hacer frente al revisionismo húngaro) y el de las nuevas fronteras polacas (a Polonia se habían incorporado la Alta Silesia, territorio en el que vivían 1,5 millones de alemanes, y el “corredor de Dantzig”, y Rusia rechazaba las resoluciones del Tratado de Riga de 1921), además de las reivindicaciones italianas (sobre Istria y Dalmacia). El punto culminante de estas tensiones fue la Cuestión del Ruhr, vinculada al pago de las reparaciones de guerra. Alemania alegó que las cargas impuestas eran insostenibles, opinión que coincidía con la de norteamericanos y británicos, y fue defendida en el plano teórico por Keynes. Francia, la mayor beneficiaria, exigía que se cumpliese con lo pactado y amenazó con ocupar la zona desmilitarizada del Ruhr como medida de garantía. La conferencia de Cannes de 1922 trató de resolver el problema. Por entonces, la crisis monetaria del gobierno alemán obligó a un retraso de los pagos; en 1923, ante la hiperinflación, los suspendió. Tropas francobelgas ocuparon entonces el Ruhr a pesar de la oposición británica. Frente a la resistencia pasiva de los obreros alemanes (huelgas, sabotajes...) Francia expulsó a cerca de 200.000 y los remplazó por franceses, lo que acentuó la crisis y desató un fuerte sentimiento nacionalista. En 1924, la mediación norteamericana e inglesa logró que Francia aceptase el Plan Dawes, que permitía a Alemania pagar las reparaciones hasta 1929, cuando a raíz de la crisis se regularon definitivamente por el Plan Young, que haría aún más llevadera la carga a Alemania. Establecimiento de un nuevo orden internacional: El espíritu de Locarno (1925-1929). El clima de conciliación y entendimiento que se había iniciado años antes a partir de distintos gestos: Conferencia de Génova (1922), subida de Stressemann al poder en la República de Weimar (1923), firma del Plan Dawes (1924), culminan en la Conferencia de Locarno, de 1925. La misma reunió a los principales dirigentes europeos: Briand (Francia), Chamberlain (Inglaterra), Stressemann (Alemania) Vandervelde (Bélgica) y Mussolini (Italia), quienes se encargaron de fijar las fronteras de Francia y Bélgica con Alemania, y de obtener el compromiso de renunciar a la guerra para modificarlas y aceptar el arbitraje de la SDN. A iniciativa de Briand, Alemania fue admitida en la Sociedad de Naciones como miembro permanente del Consejo desde 1926. Este clima de distensión, conocido también como espíritu de Ginebra, permitió la firma en 1928 del Pacto Briand-Kellog (entre el ministro francés y el Secretario de Estado norteamericano), por el que se renunciaba expresamente al uso de la guerra y se llegaba al compromiso de resolver las diferencias mediante el arbitraje de la SDN. Fue suscrito por sesenta y tres países, incluidos Alemania y la URSS. Briand acarició entonces la idea de una federación europea, expuesta en un discurso ante la Asamblea de la SDN en Ginebra en 1929, pero el problema de los desarmes y el resurgir de los nacionalismos la harían fracasar. LA CRISIS ECONÓMICA. EL CRACK DEL 29. La crisis económica que tiene lugar a partir del crack financiero del 1929 reviste caracteres distintos de cualquier otra anterior. Hasta entonces la teoría económica sostenía la casi inevitabilidad de fases depresivas periódicas. Sin embargo, esta no fue una crisis cíclica más; ahora, la I Guerra Mundial y sus repercusiones borraron las similitudes con ejemplos anteriores. En realidad, estamos ante un trastorno general del funcionamiento del capitalismo que producirá efectos de todo tipo y en todo el mundo, y que exigirá, por ello, tentativas profundas para transformar el capitalismo. La situación económica tras la guerra. Junto a la crisis política, el final de la guerra supuso también un periodo de gran inestabilidad económica. A periodos de recesión suceden otros de recuperación en un contexto general de anarquía monetaria y financiera que resumimos en cuatro etapas: a) Herencia de posguerra. Al término del conflicto, los países beligerantes se encuentran en una terrible situación económica: pérdidas humanas, costes materiales y en infraestructuras, deudas financieras, etc. En contrapartida, los que no han participado en la contienda aumentan su producción para satisfacer los mercados de aquellos. Estados Unidos se convierte en el principal prestamista para la reconstrucción europea. b) Entre 1919-1920 asistimos a un breve boom económico, consecuencia del aumento de consumo producido en los períodos de paz. Este consumo estuvo facilitado por el aporte del capital estadounidense y de productos extraeuropeos. c) En 1921 se produce una crisis de reconversión. Tras un periodo de gran consumo decae la demanda. Los países acreedores (EEUU, Reino Unido, Japón) reducen su aporte de capital hacia los deudores y éstos (Francia, Alemania) no pueden hacer frente al pago de las importaciones. Los primeros adoptan una política deflacionista para dar salida a sus productos, los segundos una política inflacionista para poder competir en el mercado internacional. d) A partir de 1922 asistimos a un periodo de recuperación económica debido fundamentalmente a dos hechos: la Conferencia de Génova (1922), que suponía una estabilización monetaria a través de la adopción del patrón-oro flexible, y el Plan Dawes (1924), que facilitaba los créditos a Alemania para el pago de las deudas de guerra. La prosperidad económica durante el segundo lustro de los veinte, esencialmente estadounidense, estaba centrada en el desarrollo de nuevas industrias (automóvil...) y fuentes de energía (petroleo...), nuevos métodos de producción y organización del trabajo (taylorismo), y la concentración financiera e industrial. Pero este crecimiento era más ficticio que real, pues encerraba serios desequilibrios y problemas: una crisis permanente de la agricultura, una crisis de la industria tradicional, la pérdida de poder adquisitivo y dificultades para el comercio internacional. En definitiva, nos encontramos ante la enorme contradicción de una industria de producción cada vez más especializada y una sociedad incapaz de absorberla. Se trata, para Nogaró, de una crisis de superproducción o, si se quiere, de una crisis de subconsumo, según Neré, que constituye el germen de la Gran Depresión de 1929. El crack del 29 y la Gran Depresión. La expansión económica norteamericana, la situación de privilegio que alcanza a nivel mundial y la elevación del nivel de vida introdujo a este país en unos años de euforia, conocidos como el periodo de la prosperidad. Sin embargo, a finales de 1929 los Estados Unidos se hallaban inmersos en una nueva fase de crisis económica. Su origen se sitúa generalmente en el hundimiento de la bolsa de Nueva York, aunque actualmente se critica la excesiva importancia que se ha dado a este acontecimiento y se resalta la concurrencia de otros factores. Entre ellos se recuerda la caída de precios de los productos primarios durante los años precedentes o la importancia de los desequilibrios comentados con anterioridad. Crisis bursátil y depresión en Estados Unidos. La crisis bursátil tiene sus orígenes en la euforia especulativa de los años anteriores. El rápido aumento de los valores favoreció la inversión en bolsa con el fin de conseguir dinero fácil. Desde 1927 y a pesar de que la prosperidad de muchas empresas empieza a declinar, los beneficios se usaban para especular en bolsa, lo que permitió un signo alcista que no se correspondía con la marcha de la economía norteamericana. En la primavera de 1929 se produjo un cambio de tendencia y la venta de las primeras acciones. Las autoridades monetarias elevaron el interés del dinero para frenarla, lo que atrajo a más capitales norteamericanos invertidos en Europa y aumentó la especulación. En octubre se produjo la baja de los precios de la industria metalúrgica y, en consecuencia, de los beneficios, en especial en el sector automovilístico; a mediados de mes surgió una tendencia generalizada a la venta. Repentinamente, estalló la crisis el 24 de octubre. Ese “jueves negro” se pusieron a la venta 12 millones de acciones en Wall Street con una demanda nula. El día 29 (martes negro), lo hicieron 16 millones. A pesar de la intervención de la banca Morgan, la bolsa se hundió. El desastre bursátil provocó una grave crisis financiera y económica en Estados Unidos que destruyó el mecanismo del crédito y la inversión, y causó la quiebra de empresas y bancos. Se produjo una restricción del consumo y en consecuencia la acumulación de stocks y el descenso de los precios. Finalmente, aumentó el paro hasta límites desconocidos. En 1932, cerca del 25% de la población activa estaba desempleada. La crisis, pues, adquirió terribles dimensiones sociales y políticas. La pobreza general despertaba fuertes críticas contra un sistema económico incapaz de evitar el paso de la prosperidad a la miseria de manera inmediata. Además, la administración americana y el presidente Hoover no aceptaron la gravedad de los acontecimientos y cuando lo hicieron las medidas adoptadas fueron contraproducentes. Para animar el sector agrario prometieron que el estado compraría los excedentes; ello incentivó la inversión y al aumentar la producción bajaron los precios con lo que el sector acabaría hundiéndose. Hoover perdió las elecciones en 1932. La propagación de la crisis. La estrecha relación económica y financiera de los Estados Unidos con el resto del mundo y la ausencia de mecanismos de cooperación internacional favorecieron la rápida extensión de la crisis. Estados Unidos era el primer productor mundial, el más importante mercado y, sobre todo, el centro financiero mundial. El masivo reflujo de capitales invertidos, especialmente en Europa, y la adopción de medidas proteccionistas en todos los países provocó de forma inmediata la caída del comercio mundial. La crisis afectó de manera inmediata a las naciones más dependientes de Norteamérica, como Japón y América Latina. En 1931, llegó a Europa. Los países más afectados fueron Alemania y Austria. En marzo de 1931 el principal banco austriaco, el Kredit Anstalt, suspende pagos y su quiebra arrastra a bancos húngaros y alemanes. Alemania no pudo entonces asumir el gasto de las reparaciones de guerra; con ellas satisfacía sus débitos con Francia e Inglaterra que, a su vez, los utilizaban para pagar a Estados Unidos, cerrando así un círculo crítico. Este excepcional hundimiento financiero e industrial del sistema capitalista causó una masiva destrucción de empleos. En 1932 había más de 30 millones de parados en los países industriales, principalmente asalariados. Un sentimiento de injusticia invadió occidente agudizando la conflictividad social. Al tiempo, se produjo una reacción conducente al nacionalismo económico: se reforzó el proteccionismo comercial y financiero, y se tendió a la formación de bloques económicos en torno a países con patrones diferentes (dólar, libra, oro...) La soluciones a la crisis. Los primeros remedios que adoptaron casi todos los países fueron los tradicionales de una política deflacionista: restricción del gasto público, del crédito, de las importaciones y defensa de la moneda contra la devaluación. Pero estas prácticas tuvieron el efecto de agravar aún más la recesión y el paro. El fracaso de esta política económica abrió el paso a otro tipo de soluciones en las que se impuso la intervención del Estado. En este marco intervencionista se sitúa la obra del economista británico J.M. Keynes (Teoría general del empleo, del interés y del dinero, 1936). Según él, el Estado debe estimular la inversión y la demanda mediante el aumento de los gastos públicos y del déficit presupuestario controlado. Las teorías keynesianas contrastan con las de la economía clásica, al tratar de demostrar que lo importante no es tanto la producción y el ahorro, como la inversión y el consumo. Sus teorías proporcionan la justificación a las políticas intervencionistas, que fueron distintas en cada país tanto en su aplicación como en sus resultados.
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